Estás ahí. Frente al folio en blanco que deberías rellenar
con resúmenes del examen que tienes mañana.
Pero tu cabeza es más rápida.
Sentada, con los pensamientos volando…
Cuál era la forma de sus labios.
A qué sabían sus besos.
Cuántos abrazos hacían que te sintieras gigante aun estando
perfectamente acurrucada entre sus brazos.
Cuántos mordiscos intentaban que los milímetros que os
separaban fuesen negativos.
Uno tras otro…
Y otro.
Cómo la apretabas contra ti.
Cómo agarrabas sus manos antes de despegar.
Y, mientras volabas… Joder, qué vistas.
Parecía paisaje.
Como si alguien de algún mundo lejano hubiese mezclado amanecer
y atardecer, con un poco de montaña y otro poco de playa, para, de repente,
aparecer ella.
Seguías volando.
Con sus propios vientos. Su agua. Su tierra. Su fuego.
Y, entre tanto, aterrizabas en ese paisaje que formaba.
Volvías a acurrucarte.
Pero sigues ahí, sentada.
El folio ya no está en blanco.
Te escribes en segunda persona
en un
irremediable intento
de volver
a sentirte protagonista.
Aga.
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